“Dice la tortuga que ningún fonógrafo, por poderoso que sea, puede ser perfecto, en el sentido de estar facultado para reproducir cualquier sonido posible grabado en un disco”.
(Gödel, Escher, Bach. Douglas Hofstadter, 1979)
Las herramientas concretas a las que me refiero son: el llamado “método de la nuez” y el más impactante que famoso “teorema de la incompletitud”. Digo impactante porque sus efectos incluso nos han tocado a nosotros sin que tengamos plena conciencia de que en él está la fuente de aquello que nosotros sentimos. Lo que sigue será la manera de explicarme; pero no teman, yo no voy a hablar de matemáticas, sólo hablaré de estas herramientas en lo que atañe a la aldea gnoseológica que compartimos.
Por ejemplo, del “método de la nuez”, solo necesito comentar su origen. Existe una especie de nuez que es durísima; de hecho es más dura que el diamante. O sea que ni con un cuchillo de diamante podría cortarse para poder abrirla. No obstante, la sabiduría popular encontró que al poner esta nuez en una tasa de agua con una pisca de sal se abre con absoluta naturalidad.
De la misma manera, un matemático contemporáneo (Alexander Grothendieck) afrontó un problema que al darse en un campo de las matemáticas, resultaba técnicamente incomprensible. Entonces lo llevó a otro campo distinto de las matemáticas; en efecto, encontró la solución con una sencillez análoga al caso de la nuez. La moraleja del caso es que hay problemas cuya resolución se facilita si nos permitimos cambiarlos de medio. Un gesto metodológico como este puede parecer una muestra de eclecticismo para mentalidades excesivamente puristas; pero, dado que se justifica en tanto que facilita el desarrollo de los razonamientos, abre las puertas a la transdisciplinariedad. Esta es precisamente la razón por la que me siento motivado a hablarles del otro instrumento matemático que anuncié.
El problema al que necesito referirme en este momento preciso de la escritura de mi tesis, puedo formularlo, por ahora, como una pregunta: ¿cómo interpretar la expresión “traer del texto”?
Dado que esta es una práctica fundamental en nuestro oficio, como pudimos constatarlo especialmente en las materias en las que de una u otra manera abordamos obras inscritas en el difuso campo de la Literatura Latinoamericana. La cuestión sobre la manera en que la escritura crítica incluye la voz de la escritura a la cual se refiere, que en cierto sentido puede formularse mediante la expresión “traer del texto”, es de hecho, una de las primeras cuestiones operativas de mi tesis. Una tesis de orientación teórica; es decir, una investigación que no trata sobre equis o ye obra literaria; sino, en un sentido más general, sobre la problemática que se despliega si queremos pensar en la relación entre la obra de arte (porque no me limito a la literatura) y el tratamiento que recibe de parte de la mirada crítica; este es un problema teórico.
Al pensarlo como lo he propuesto, mediante la pregunta (¿cómo interpretar la expresión “traer del texto”?) encontraremos, primero que todo, que la interpretación constituye un asunto que la fenomenología refiere de una manera ciertamente complicada; también algunos pensadores alineados en la perspectiva de los enfoques posmodernos abordan esta problemática. En mi opinión, tanto los fenomenólogos como los posmodernos, notablemente emparentados, en realidad hacen una interpretación algo pesimista del origen de la hermenéutica, de la cual derivó la fenomenología.
Referirnos a ese origen nos obliga a salirnos de nuestro medio y acercarnos a algo que en las matemáticas se denomina “el teorema de la incompletitud” (formulado por Kurt Gödel en 1931); pero, para no entrar en esa temible región de la geografía política de las disciplinas, me permitiré parafrasearlo ajustándolo a nuestras necesidades y a nuestro lenguaje técnico propio, así: ningún ‘sistema de lectura’ que se practique sobre un texto dado puede agotar las infinitas posibilidades de comprensión que a ese texto le son inherentes.
Formulada así, esta proposición, que aporta al título de esta ponencia la forma nominal “incompletitud interpretativa”, justifica mi elección del epígrafe
En términos generales, hay dos maneras de afrontar esta realidad; una que semeja la elección adolescente ante la dificultad: como la perfección es imposible, entonces asumamos la imperfección como estilo de vida… y ¡qué caos maravilloso! La otra, ciertamente más realista, asume la certeza como oportunidad. Así, la primera opción, propia del pesimismo adolescente, nos lleva a leer ese texto del otro sólo en ciertos fragmentos; especialmente aquellos en los que nos vemos reflejados... Con un efecto inconsciente que vale la pena señalar: de esa manera, aunque se cite al autor en lectura, no es a él a quien se lee, sino a sí mismo. Y si alguien lo señala, como ahora lo hago, salta al pensamiento, la excusa: “ingenuo, este cree entonces que existe la ‘lectura total’; no, don ‘fonógrafo perfecto’, pues”… Para conjurar este tipo de pseudo contra argumento es que he evocado la sencillez de la proposición matemática, como punto de partida para mí reflexión. Me permite ir más allá y decir: el hecho de que no exista fonógrafo perfecto, no es razón para dedicarse a producir fonógrafos que sustituyan los sonidos del disco con los meros ruidos de una máquina mal fabricada; y mucho menos, es razón para clausurar todo tipo de investigación de ingeniería del sonido que se proponga buscar un fonógrafo cada vez más potente en la ejecución de aquello para lo que son creados; es decir: ¡vale!, nunca habrá fidelidad total; pero, por lo mismo, siempre será posible aportar un plus a la fidelidad previamente alcanzada.
Si admitimos la validez de la analogía, al menos en términos operativos, podemos decir que el oficio del crítico equivale al oficio del fonógrafo. De donde, podemos admitir como punto de partida que no hay crítica perfecta; o sea, que toda crítica está supeditada al principio de incompletitud interpretativa. Y que tenemos al menos dos maneras, efectivamente discernibles, de asumir esa realidad para todos nosotros tangible; en otras palabras, que hay al menos dos maneras, en cierto modo extremas, de asumir la operación de “traer del texto”.
Acordemos, aquí, entre nosotros, llamar a una de ellas “traer del texto” en sí. Para caracterizarla pensemos en un texto relativamente completo, como por ejemplo el Diario de Ángel Rama. Un texto escrito de manera intermitente (desde el primero de septiembre de 1974, hasta el dos de mayo de 1983), o en palabras del propio Rama: “una anotación de diario, ni público ni íntimo. Con los peligros del soliloquio (…) pero también con los beneficios de la subjetividad, particularmente en un ser humano que siempre ha procurado reemplazarla por las coordenadas intelectuales o las comunitarias”. De este tipo de texto hay claramente sectores que puedo omitir en mi estudio; pasaré sobre esas secciones sin resaltarlas. Este modo de traer del texto, selecciona porciones, prioriza… y en ese sentido habla de uno, de los criterios y de los pudores de uno. En ese sentido, esta manera de traer del texto lo somete a una cirugía reductiva y por ende semejará la que he referido como la reacción adolescente, de la cual naturalmente siempre habrá algo qué aprender. Sólo será semejante, porque de todos modos opto por leer así el Diario de Ángel considerando que de esa manera es suficiente para los efectos que de ese texto espero en mi investigación. Así como el Diario, hay varios libros, ensayos y artículos que incluí en el corpus de mi estudio pero que no necesito leer completos, y para hacerlo me justificaré en lo que he mostrado que podemos llamar la “incompletitud interpretativa”.
La otra manera extrema de traer del texto, preferiré dejar de llamarla así, y en cambio la llamaré como lo hace Badiou: tratar el texto. Puede que se traiga del texto como parte de tratarlo; pero no es posible el proceder recíproco; si solo traigo un fragmento con una semántica autónoma, como el epígrafe, ya no estaré tratando el texto, sino solo cierta parte de él; esto lo haré con textos como el Diario; traeré de ellos, sin tratarlos. Y se entiende: mi tesis no trata del Diario de Ángel o de cierto ensayo, o artículo en particular de Marta… Mi tesis trata de cierto diálogo aún hipotético, que solo podré referir con total certeza al final de mi investigación. Pero no todos los textos que incluí en el corpus serán leídos así.
Alain Badiou explica en el prefacio de su más o menos reciente recreación de La República de Platón, su modo de proceder, así:
“¿Qué quiere decir ‘tratar el texto’? Comienzo por intentar comprenderlo, totalmente, en su lengua […] Me encarnizo, no dejo pasar nada, quiero que cada frase tenga sentido para mí. Este primer esfuerzo es un enfrentamiento entre el texto y yo. No escribo nada, sólo quiero que el texto me hable sin guardar ningún irónico secreto en sus recovecos. Luego escribo lo que libera en mí, en forma de pensamientos y de frases, la comprensión adquirida del fragmento de texto griego cuyo dominio estimo haber alcanzado”. (2012, 17)
A la luz de esta generosa descripción operativa que nos ofrece Badiou, pensar en la incompletitud interpretativa se va del otro lado. En el sentido de que tomar un fragmento de una obra de un autor, digamos por ejemplo de Ángel Rama, y “tratarlo”, sería una contradicción… No se “trata un texto” seleccionando cierto fragmento. Tratar el texto supone al menos tres momentos de lectura: primero ese en el que el lector intenta comprenderlo, totalmente, [quiero realmente subrayar esta palabra: to-tal-men-te], en su lengua; ese momento durante el cual el lector se encarniza, no selecciona nada, no resalta esto o aquello; por el contrario, hace algo más del orden de lo que Derrida llamó “Des-construir”, lo descompone proposición por proposición, y de cada una de ellas despliega las múltiples interpretaciones posibles, a la luz de las reglas de interpretación disponibles (estamos hablando de recrear un libro escrito en griego antiguo)… Sin dejar pasar nada; el lector se enfrenta con el texto en la búsqueda titánica y consciente de su imposibilidad “intento comprenderlo”, dice Badiou; quiere que cada frase tome sentido para sí. Sólo después puede ir al fragmento. Este es otro tipo de fragmento, uno portador de cierta totalidad relativa; lo que supone, además, un proceso previo, cierta toma de distancia que le permite recrear la unidad del texto, en cierto sentido, en un sentido posible, el suyo, su sentido posible… ya del fragmento, ya de la totalidad. Es claro que aquí la incompletitud interpretativa se mantiene presente; sólo que lo está hacia afuera: en el hecho de que la comprensión total es entendida de antemano como algo que solo es susceptible de “intento”. Y el número de lecturas posibles es tan grande como el número de veces que cualquier lector se lance a intentarlo; el mismo Badiou podría intentarlo de nuevo en unos años y encontrará un nuevo resultado.
La dialéctica, quizás sería mejor decir la aporía, del fragmento y la totalidad está más cerca de nosotros que la incompletitud interpretativa, pero una de las intenciones de esta puesta mía en escena ante ustedes es cerrar un hilo discursivo que he mantenido a lo largo de diversos cursos de la Maestría: aquel mediante el cual he insistido en que las matemáticas contemporáneas no están tan lejos de los estudios literarios contemporáneos; y que, por el contrario, son muchas las fronteras que comparten, y los beneficios que pueden aportar a nuestros fines. Solo que no podremos saberlo, si nos aferramos con la vehemencia de los positivistas a nuestra pequeña, aunque maravillosa, parcela gnoseológica.
Hasta aquí, a partir de la incompletitud argumentativa he podido referirme a los dos tipos de lectura que realizaré en la argumentación de mi texto monográfico. Pero aún hay otro efecto de esta proposición, el cual de momento solo dejaré enunciado. Para ello volvamos sobre ese momento en que decía que la incompletitud interpretativa tampoco “es razón para clausurar todo tipo de investigación que se proponga buscar un fonógrafo cada vez más potente”. Esta parte de la analogía me permite justificar, contra las críticas al método especialmente integradas en la conocida obra de Feyerabend, la intención de volver sobre el objetivo no tan anacrónico, como muchos creen, de pensar una teoría literaria, una teoría del arte, una teoría de la creatividad y una teoría de la cultura latinoamericanas.
Pero, aclaremos: darle una orientación contemporánea a ese propósito es posible solo si tenemos presente que la palabra “teoría” no puede entenderse hoy al margen de la incompletitud. Desde 1931, cuando se formuló el teorema de la incompletitud (¿sí notan ustedes el oxímoron?) todas las ciencias dejaron de ser “duras” para siempre. La exactitud quedó supeditada a criterios establecidos por convención; relatividad e incertidumbre son antecedentes de la incompletitud. Es precisamente la incompletitud la que le permite a Rancière renovar la noción de estética de la manera en que lo hace. En su propuesta, la estética deja de ser una “teoría del arte”, porque él la dinamiza al asumirla como un “régimen de visibilidad e inteligibilidad de las prácticas artísticas”. Yo lo pienso y digo; bueno pues este régimen no es otra cosa que una teoría, solo que ya no moderna, sino contemporánea (o sea, consciente de las implicaciones del teorema de la incompletitud).
Del mismo modo pienso que el estudio que realizo está orientado a actualizar la contribución de Marta Traba y de Ángel Rama a la definición de cierta estética (en el sentido que a esta expresión da Jaques Rancière) enfocada desde el punto de vista latinoamericano. De modo que pacto, con quien lea el resultado escrito de mi investigación, que tanto la noción de “teoría” como la de “Latinoamérica” deben ser entendidas aquí, no en un sentido “ontológico”… sino en la forma de una pregunta cuyo desarrollo es siempre incompleto, cambiante, susceptible de ir más allá.
Así, el grueso de esta reflexión que da cuenta de la intersección entre lo que he adelantado durante los dos años que he recorrido del Seminario de Estética Sociológica, con la maestra Hélène Pouliquen, y lo que a ese proceso aportó el Seminario sobre Literatura B, en el que nos orientó la profesora Ofelia Ros, llega hasta este punto.