martes, 31 de octubre de 2017

Frutos de mi tierra y De sobremesa a la luz de los “Diez problemas para el novelista latinoamericano"

Resumen: En 1964 Ángel Rama analizó diez problemas propios del novelista latinoamericano. De donde puede deducirse que Carrasquilla y Silva, cada uno a su modo, afrontaron esos problemas. Al estudiar la manera en que ellos abordaron tales problemas –en Frutos de mi tierra y De sobremesa, respectivamente–, en este artículo se estima el alcance relativo del decálogo que Rama propuso; se constata su pertinencia a la lectura de obras colombianas escritas durante la década de 1890; y se sintetiza –de su ensayo– un sistema conceptual que orienta la lectura de la relación entre cada escritor y cada problema específico.

Summary: In 1964, Angel Rama analyzed ten problems of the Latin American novelist. From this it can be deduced that Carrasquilla and Silva, each in their own way, faced these problems. By studying how they tackled such problems –Frutos de mi tierra and De sobremesa, respectively–, the relative scope of the Decalogue Rama proposed is estimated here, and it is found to be very relevant to the reading of Colombian works written during the 1890s. Also —from his essay— a conceptual system that guides the reading of the relationship between each writer and each specific problem is synthesized.

Palabras clave: Narrativa colombiana del siglo XIX, Ángel Rama, José Asunción Silva, Tomás Carrasquilla, Estética Sociológica.


Keywords: Colombian Narrative of nineteenth century, Sociological Aesthetics, Ángel Rama, José Asunción Silva, Thomas Carrasquilla.


Este artículo está motivado por el objetivo de transformar la problemática que Ángel Rama analizó en su ensayo “Diez problemas del narrador latinoamericano” (1966 [1964]) en un repertorio teórico que oriente el estudio de un micro corpus literario colombiano específico –dos obras escritas en la última década del siglo xix–. Se busca así explorar una posibilidad de leer obras literarias latinoamericanas mediante un lente epistemológico también latinoamericano, e indagar sobre ciertas particularidades de la literatura colombiana que, proyectándose al siglo xx, experimentó el impacto inmediato de la Constitución de 1886.

Se diferencian dos hilos de análisis en la problemática derivada de dicho objetivo: la presencia del París mítico en una novela de Carrasquilla y en la de Silva, y la necesidad de anclar nuestra coordenada temporal –década de 2010– en nuestra tradición nacional y latinoamericana. El primer hilo conduce a observar combinaciones de los problemas identificados por Rama; por ejemplo: París participa, de maneras diferentes, del imaginario que ambienta la producción de las novelas Frutos de mi tierra y De sobremesa; en el trato dado por Carrasquilla al material cultural sobre el cual trabajó y en la axiología desplegada por Silva en su composición narrativa. Así se constata al comparar la manera en que cada autor abordó problemas como sus vínculos con la filosofía burguesa y, en ella, con las élites; las relaciones que establecieron, en sus novelas, con la tradición nacional y con el dilema lingüístico; o la relación entre su situación material, su compenetración con el oficio y su público. El segundo hilo guía –de acuerdo con las necesidades actuales: década de 2010– la apropiación de un sistema de referencia latinoamericano dispuesto en el decálogo que Rama redactó en la década de 1960, para precisar particularidades de dos novelas escritas en Latinoamérica, específicamente en Colombia, durante la década de 1890; este hecho permite verificar que la composición novelística sobrepasa la consistencia de sus contenidos para verterse sobre su entorno sociocultural, del cual constituye una manifestación estética.

La siguiente hipótesis operativa integra el objetivo general con su desarrollo crítico: aunque los problemas de la narrativa latinoamericana experimentan variaciones para amoldarse a las coyunturas –generadas principalmente por el progreso superficial de las tecnologías–, la problemática general fundamental es permanente”.

Entonces, en la primera sección de este estudio se actualizan los problemas descritos por Rama, agrupándolos según el orden del cual informan: (a) los que definen el ámbito social del cual emerge la obra, (b) los que definen la correspondencia de la novela con la cultura burguesa y (c) los que definen el talante del escritor. En la segunda sección se analiza la relación entre cada autor (Carrasquilla y Silva) con las tres clases de problemas; específicamente en la realización de las novelas Frutos de mi tierra y De sobremesa. Al final, se discuten los resultados del análisis.

1. Tres clases de problemas en la narrativa latinoamericana


Los problemas que Ángel Rama expuso pueden agruparse según tres órdenes: (a) social, (b) cultural y (c) expresivo. Los primeros guían tanto el sentido del oficio del escritor y su posición en el sistema productivo que contextualiza su vida material, como las características sociales de las que inviste a los actores que elabora y produce: rasgos verbales, idiolectos, relación escritura/oralidad, costumbres, oficios, roles, etcétera. Los del orden cultural orientan el estudio del escritor sobre el material temático que trabaja, de tal forma que anudan el diálogo entre él y su público. Los problemas del orden expresivo motivan el plano reflexivo del autor hacia el tipo de escritura que domina, los tipos de escritura que lo estimulan y su razón de ser escritor.

a. Los problemas de orden social que Ángel Rama desarrolla en su ensayo pueden abordarse como tres relaciones entre pares de categorías: el lugar de la ‘escritura’ en el ‘orden económico’ de la sociedad en que surge, la manera como la ‘obra’ asume el ‘material verbal’ con el que su autor la produce y la relación entre ese ‘material verbal’  y la ‘tradición nacional’ en que se inscribe.

(i). El análisis de la problemática de la escritura realizado por Rama parte de observar que en Latinoamérica la organización económica ha desconocido la actividad de la escritura como renglón productivo. Según él, definir la situación socioeconómica de la actividad del escritor con base en el criterio mercantil es una operación racional ilegítima. Una torpeza del diseño político que impacta la producción creativa en diferentes niveles: niega el sentido del oficio y, en cambio, naturaliza la idea romántica de la inspiración. Abre la idea de que la actividad del escritor es ornamental y gratuita; y obliga al escritor a trabajar en tareas ajenas a la creación.

En la perspectiva de Ángel Rama, la escritura y en general la producción cultural se urbanizó a causa de la política mercantil. Él explica este fenómeno como una consecuencia de que las ocupaciones rentables del escritor estén concentradas en la ciudad: “ocupación y medio son restrictivos del creador” (62); causan, en lo secundario, falta de tiempo, transformación en consumidor, carencia de especialización y, en lo primordial, la perspectiva en la que el escritor madura su obra con los elementos que realiza desde su ángulo biográfico-cultural.

(ii) Sobre esta dimensión social de la problemática de la escritura que Rama expuso, en segundo lugar se sitúa el problema de la relación entre la obra y el idioma. Aunque se trata de una condición universal, en Latinoamérica esta relación da lugar a un fenómeno particular: al mantener el vínculo idiomático, los intelectuales de la independencia orientaron su esfuerzo a conservar la cohesión cultural (ideológica: histórica y filosófica) que dominaban, como acuerdo para afrontar el futuro. El dilema que de esa decisión resulta, Rama lo explica acudiendo a la lingüística saussureana. No al nivel del modelo significado/significante, cuyas inconsistencias ya conocemos; él se dirige a la dialéctica lengua/habla que, viendo con los lentes de Ángel Rama, se puede observar en la escritura de nuestros países poscoloniales; en donde prosodia y sintaxis, bien conocidas por esa persona culta que escribe, se confrontan con su memoria afectiva saturada de personas y vivencias ajenas (incluso adversas) a ese registro lingüístico. Esta dualidad idiomática –uno en la actividad pública, otro en la vida íntima–, genera un carácter híbrido en el material con que el escritor realiza su obra. Es un conflicto que se potencia si tenemos en cuenta que ese escritor intenta fortalecer una tradición de autonomía, al tiempo que depende de la comunidad lingüística en la cual realiza ese proceso; dando contenido al concepto de ‘hibridación’: “la doble expresión lingüística se traslada sin alteración sensible a la novela” (Rama 75).

El escritor afronta el dilema sobre si ha de utilizar un idioma escrito o un habla, un lenguaje académico ajeno o una jerga popular provinciana, arriesgarse al arcaísmo o adoptar el habla regional, afirmar la existencia de las lenguas vernáculas y buscar los términos del habla popular o arrabalero. En la base de este dilema, Rama encuentra un problema estilístico: suponer que el personaje es función del número de palabras propias o regionales que utiliza. Rama concluye que las debilidades en la composición de personajes en la narrativa latinoamericana, hasta el momento en que él escribía, obedecían a una concepción pre-saussureana del lenguaje.

(iii)  El sistema de coordenadas así constituido (eje del poder económico [i] vs. eje del poder idiomático [ii]) define un plano referencial primario del novelista: las escrituras nacionales; la tradición que lo autoriza y a la cual retribuye con su escritura. Para exponer esta problemática, Rama partió de observar una paradoja: en su momento, era posible pensar una tradición literaria latinoamericana, pero no una serie de tradiciones nacionales. Excepto en Buenos Aires, México y Brasil, los escritores latinoamericanos no disponían de ese privilegio. 

Para precisar la diferencia entre «manifestaciones literarias» y «literatura propiamente dicha» Rama acude a Antonio Cándido. Esta última tiene una “estructura interna propia”, es decir: (1) una “constelación temática”, (2) una “sucesión estilística”, (3) unas “operaciones intelectuales peculiares, históricamente identificables”; y (4) un sistema de factores sociales y psíquicos organizados literariamente, de orden histórico y que le confieren a la literatura un sentido orgánico en el contexto general de la civilización: (a) la existencia de un conjunto de productores literarios más o menos conscientes de su papel, (b) un conjunto de receptores, formando los diferentes tipos de público que culminan la obra, y (c) un lenguaje estilístico que regula la interacción entre los dos anteriores. Ahora bien, no hay que creer que el problema aquí sea precisar qué tanto ha progresado un país en el tránsito de una producción de manifestaciones literarias a la consolidación de una tradición literaria nacional; este sería el problema si no tuviéramos que contar con la inconciencia de quienes diseñan las políticas de estas naciones. Rama incluso alcanzó a señalar la causa de dicha inconciencia: “la balcanización política de América Latina por obra de los imperialismos, las oligarquías locales y las falsas estructuras administrativas del coloniaje con lo cual se han creado precarias y, muchas veces, arbitrarias estructuras seudo nacionales” (69).

El problema aquí es lo que ocurre como consecuencia de semejante derroche de creatividad dispersa: la natural expansión y el desarrollo literario de comarcas semejantes (elementos étnicos, naturaleza, formas espontáneas de la sociabilidad, tradiciones de la cultura popular) resultan obstruidos y desfigurados. La perspectiva indígena, la perspectiva pampeana, la perspectiva caribeña, por ejemplo, constituyen voces culturales autónomas, que la balcanización política ha desfigurado. No obstante, Rama resalta el hecho de que estas voces, pese a que se las desconoce, dan forma a expresiones literarias que han sostenido canales de interacción entre naciones.

Respecto a este primer nivel de la problemática literaria, podemos concluir: balcanización (de la tradiciones) y desconocimiento (del valor del oficio) forman la falla geológica en la que las tradiciones literarias nacionales en Latinoamérica se derrumban una y otra vez, aquí y más allá. Así en tiempos de la escritura barroca, como en el modernismo y en el momento mismo en que Rama publicaba su ensayo, momento que saludaba el boom al tiempo que advertía las amenazas de su sostenibilidad, su alcance y su impacto real en el mercado. Las cuales lo llevaron a enunciar con firmeza una consigna: para que el tejido cultural ya adelantado sea fructífero es prioritario “ratificar que el diálogo más auténticamente fecundo para un novelista, es el que entabla con otro novelista de su propia tierra o comarca”. (74)  

Aparece aquí la motivación más íntima para realizar este ensayo: en lo que he leído sobre Silva y Carrasquilla creo haber visto, no recuerdo dónde, que una vez estuvieron en el mismo lugar; me imagino la escena: Silva indiferente –en su actitud– pero consciente –en su pensamiento– de que en el entorno estaba uno que compartía su razón de ser; Carrasquilla indiferente –en su actitud– pero procurando evitar el contacto cara a cara con el ‘rolito presuntuoso’; sin embargo, aunque jamás se hayan sentado a conversar, resulta imprescindible hoy día observar sus voces en modo diálogo (contando con la definición que de esta relación aporta el mismo Rama: “lucha, combate, enfrentamiento, afán ardiente de destrucción mediante la aportación de obras de arte, nuevas, originales” [74]). Tal diálogo constituye un reto fundamental, porque nos permite pensar formas diferentes de afrontar las exigencias creativas del presente (ellos el de su tiempo, nosotros el del nuestro) sin llegar al extremo de propender por la aniquilación del otro; una enfermedad tan evidentemente padecida por nosotros.

b. Los Problemas del orden cultural que Ángel Rama precisa en su diagnóstico son expresables en forma de campos de tensión que el escritor no puede eludir: filosofía-obra, escritura-burguesía, escritor-élites y proyecto creativo-público.

(iv) El concepto de ‘Realidad’ funda el problema del cruce filosofía-obra; al sustentar el tejido mediante el cual se expresa cierto hecho, la manera como el novelista interpreta este concepto manifiesta una filiación –de periodo, de escuela y de movimiento–. En virtud de su “adentramiento en la realidad”, el escritor consagra su sello creativo de autor en las cumbres de lo duradero, porque “las obras que sobreviven más tenazmente al oleaje del tiempo son aquellas en las cuales se nos devela la naturaleza humana en una determinada circunstancia histórica” (Rama 75-76).

Para exponer su concepto de ‘realidad’, Rama se apoya en Della Volpe: “Donde hay poesía auténtica (…) hay siempre verdad sociológica y por lo tanto realismo”. De allí  hace el recuento de las manifestaciones de este problema en Latinoamérica, en donde siempre ha estado presente el “avasallador descubrimiento de lo real” (77) inspirando un caudal de modos y sistemas expresivos; sea por la necesidad de crear imágenes coherentes de la realidad, o por la de conjurar las apariencias complacientes de nuestras sociedades, confrontándolas con imágenes más reales.

En este mismo nivel de la problemática del novelista, Rama diferencia la escritura sobre asuntos sociales y la que se ocupa de problemas morales. Para concluir que la escritura latinoamericana, guiada por una concepción ética liberal, es más dada al ataque de la hipocresía moral ideológica que al tratamiento de la desigualdad social. De donde señala la necesidad de superar la ‘valoración social anti-popular’ y ‘la exaltación latifundista del patrón’. (78)

(v) La relación escritura-burguesía, en la cultura occidental, constituye un corolario del problema de la relación entre la obra y sus fundamentos filosóficos; debido a que la sociedad burguesa apropió la escritura como recurso para configurar una identificación de sí. Rama desarrolla este problema, en la perspectiva histórica, partiendo de señalar que el uso de la prosa es consustancial al proceso de consolidación de la burguesía y alcanza con ella su esplendor. Incluso en Grecia ya es evidente se origen urbano (Rama cita a Longo y la noción de ‘burgo’), en el ámbito en que la cultura de los burócratas y los comerciantes entra en pugna con la de los señores feudales. Tensiones vitales que se mantienen en Roma, en Europa medieval, vinculadas al débil nacimiento de la burguesía; luego en las ciudades francesas e italianas; de donde se extienden a toda Europa, en sus formas renacentistas; de allí datan las primeros brotes en la configuración del mito de París.

Durante el siglo xviii los escritores ingleses le otorgan formas modernas –al tiempo que se consolidan las revoluciones agrarias e industriales–, con lo cual surge un nuevo público, ajeno a la cosmovisión aristocrática, la poesía ornamental y el teatro cortesano. De allí, durante el siglo xix “la novela  impone un sistema expresivo: una articulación de recursos narrativos específicos, un uso del personaje y una implantación histórica” (80); un rico sistema de técnicas plásticas compuestas sobre una “soterrada nostalgia de la burguesía partera que se ha deslizado en la cosmovisión proletaria” (81). Un proceso que transforma la escritura para adecuarla a la nueva mentalidad dominante.

(vi) La forma en que el autor se relacione con las élites culturales determina los grados de libertad de que dispone para desarrollar, sobre los factores sociales y culturales de su producción, una conciencia  orientada a sumar lectores para su obra. Es en este núcleo social que el escritor se enviste del poder de dirigirse a un público.

Rama precisa tres periodos en la historia de las élites en las naciones latinoamericanas: (1) el de élites de las configuraciones independentistas; (2) el de las élites regionalistas de finales del siglo xix y principios del siglo xx; y (3) el de las élites que se consolidan durante la segunda mitad del siglo xx. Las novelas que aquí observaremos dan cuenta de las tensiones políticas que caracterizaron a Colombia en el segundo de esos periodos propuestos. Rama además distingue dos tipos de orientación determinados por las élites: primero, el que se forma en “la capilla, la escuela, el cenáculo afín” que fija principios formales –temas, materiales, ideas sobre el arte, las tradiciones y las jerarquías valorativas–, es decir, la estética y la filosofía; y, segundo, el de los intelectuales que, en nuestra historia cultural, desarrollan familias comunes. (63)

Para explicar la importancia de esta instancia de poder cultural, Rama señala que durante el siglo xix la debilidad cultural de las naciones latinoamericanas diluyó la existencia de un público; lo cual restringió el acceso a la producción de los intelectuales a ellos mismos. Sólo en el tránsito hacia el siglo xx, con el ingreso de las clases medias a la vida cultural, el público pudo ampliarse un poco. De allí, Rama –con base en K. Mannheim– diferencia dos clases generales de élite: (1) una que, comprometida con la unidad local, busca diferenciarse de lo que viene de las provincias vecinas; y (2) otra “de individuos movibles y no insertos orgánicamente en la sociedad básica, que prefiere vivir de relaciones sociales y espirituales en las que se prepara una floración de la comunidad cultural europea”. Pero precisa: “No se trata de una mera oscilación entre universalismo y regionalismo” (64).

Según afirma Rama, estos tipos generales resultan de una realidad cultural variable, operan con materiales distintos porque disponen de recursos distintos. Conviven en los mismos períodos históricos: cuando una domina, la otra se opone; y en algunos casos, eligen lo mismo; de hecho se complementan: unos impiden la provincialización de los otros; estos, a su vez, obligan a aquellos a elaborar las situaciones y tradiciones concretas de su entorno (65); además, el proceso creativo se debilita cuando la situación respecto a estas élites es inconsciente y parcial. En este punto, claramente se pueden percibir las diferencias fundamentales que hay entre la obra de Silva y la de Carrasquilla, así como la necesidad impostergable de abrigarlas en un mismo estudio que permita conocer a fondo las tensas relaciones que en nuestras naciones latinoamericanas la literatura experimenta como efecto de esas diferencias.

(vii) Estos problemas de orden cultural se materializan en el problema de la relación, en el proyecto creativo, del escritor con su público. Rama introduce este problema señalando el desdén con el que los escritores modernistas concebían su relación con el público: una escritura para consumo de su productor, por defecto. Y nota que, paradójicamente, son los modernistas los primeros que en América empiezan a sentir esa ausencia.

En relación con este problema, Rama señala la necesidad de que la crítica empiece a ocuparse de la actitud del autor con respecto a sus lectores en los estudios de obras literarias. De allí, observa que sólo desde la tercera década del siglo xx la literatura latinoamericana madura un diálogo con sus lectores. El crítico anuncia que desarrollará exhaustivamente este problema en el futuro.
c. Ángel Rama aborda en su ensayo tres problemas del orden expresivo: la conciencia que el autor tiene de sus habilidades creativas, el conocimiento (en términos de dominio) del género que ha elegido para desarrollar su obra y el autor o los autores de quienes por asimilación o por contraste ha aprendido a controlar esas habilidades.

(viii). El sistema que denomino Creatividad-Conciencia, Ángel Rama lo definió, más que como un problema, como un enigma: el don creador, el último de los problemas en su decálogo: ¿por qué un ser humano elige como instrumento las letras?, ¿de dónde surge el impulso que lo arrastra a trabajar con palabras y a creer que ellas son lo que importa? (85) Plantea las preguntas y aclara: no se trata, hay que resaltarlo, de una evocación romántica de la divina inspiración; nada de eso. Tal vez Ángel Rama pensó que era todo un enigma que existan seres humanos dispuestos a hacer de semejante campo de dificultades su profesión; por esa razón dejó el tema para el final.

La lectura detenida al desarrollo propuesto por Rama a este enigma deja la sensación de un vacío fundamental en el ámbito de la producción creativa, en su momento. Es enfático en distanciarse de soluciones metafísicas al enigma de la creación, pero señala la insuficiencia de las soluciones dadas tanto por el psicoanálisis como por la sociología en el estado de desarrollo que para ese tiempo habían alcanzado. En todo caso, falta un examen más detallado del tema, dice Ángel Rama. Aunque esta cuestión se ha pensado mucho en las últimas décadas, el presente estudio se limita a registrar lo que al respecto se ha dicho en relación con los autores estudiados.

(ix) Para plantear el problema del dominio del género a través del cual el escritor decide concretarse como tal, la novela para los casos que aquí se estudian, Rama acude a las conversaciones de Goethe y Eckermann: mientras se expresan unas pocas frases subjetivas, no se es poeta; en cuanto se sabe cómo apropiar el mundo y expresarlo, ahí se es un poeta (71). A lo que se dirige, entonces, es a notar que la escritura no es de ninguna manera el resultado de un cuchicheo de la divinidad: todo lo contrario, supone un trabajo de maduración arduo.

En últimas la cuestión aquí se puede transformar en el problema de la madurez de la obra y puede formularse así, al momento de estudiar la relación de los autores con el tema: ¿cómo abarca el autor al mundo en su novela?, ¿cómo ha orientado su trasfondo filosófico hacia los intereses de sus lectores? De allí, Rama afirma que en el tema se concreta ese ‘ajuste germinal’ entre la vivencia personal (del escritor) y la experiencia que comparte con otros seres humanos, en tanto principio del proceso de objetivación, que le permite prefigurar el ‘funcionamiento de los personajes’ (73).

(x) Sólo resta referirse al problema que para el escritor representa la necesidad de maestros. Aquí el problema en sí no es cómo proveerse del maestro necesario; sino, qué tipo de relación sostener con él. Entonces Rama aclara: “El arte no sale de la nada: sale de otro arte” (65). Pero la relación entre ‘el material de incitación’ y ‘el nuevo producto’ es indirecta, porque entre ambos está mediando un nuevo autor, en una nueva circunstancia; y porque la historia y la sociedad del nuevo escritor son diferentes a la del autor de la incitación. De modo que esta relación tampoco es simple: “un escritor aprende en otro escritor, e incluso vive sometido a él hasta que logra asesinarlo” (65).

De allí, esta relación en Latinoamérica da aún más para decir, debido a que en este contexto involucra al nuevo escritor con la guía de escritores europeos. Un vínculo que durante mucho tiempo dio lugar a problemas de consistencia en la escritura. Rama no pretende estar en contra de ese tipo de comercio; su interés se dirige a que la relación sea consciente y se oriente a la inmediata autonomía de la obra en proceso de escritura (66). En cuanto la conciencia, de lo que se trata es de experimentar como se quiera los recursos técnicos que se ha decidido apropiar, hasta calibrarlos a las condiciones propias del ámbito en que se realiza la obra. (62)

2. Carrasquilla y Silva, narradores latinoamericanos


Sobre el sistema de referencia así dispuesto, procedo ahora a desarrollar la pregunta rectora de este ensayo: ¿cómo abordaron Carrasquilla y Silva, en Frutos de mi tierra y en De sobremesa, respectivamente, los problemas que según Ángel Rama afronta el narrador latinoamericano?


a. Con respecto al primer motivo de la problemática de orden social expuesta por Rama, Silva y Carrasquilla dan motivo a precisiones y ajustes. Si para Ángel Rama la función del escritor es desconocida en el conjunto de los renglones productivos de la sociedad, estos dos escritores de tiempos de hegemonía conservadora (1885-1939) definitivamente parecen mantener su producción literaria como una actividad al margen de intereses de ese orden. Carrasquilla disponía de los recursos necesarios para desentenderse de las “ocupaciones ordinarias”, “los debates de la política”, “las guerras civiles”, los viajes típicos de “los judíos errantes de Antioquia” y “los vicios (que llevan al) olvido del talento que lo pone en desequilibrio con sus compatriotas” (Montoya 107), Silva en cambio sentía que sus “escasos escritos han sido obra también de esos ratos robados a las realidades apremiantes” (Silva). La comodidad con la que Carrasquilla pudo dedicarse a la escritura y la realidad apremiante a la cual Silva debía robarle tiempo para realizar sus escasos escritos son ejemplos reveladores del impacto que en el oficio de la escritura tienen las coyunturas políticas que dan origen a los diseños económicos. Además, la situación del escritor, su encuadre y su perspectiva resultan profundamente determinados por su posición específica en ese contexto.


Lo primero que se puede notar, precisamente, es el vínculo entre esa posición socio-económica y las dos dimensiones de relación de los escritores con el problema de la hibridación idiomática, según lo observó Ángel Rama: Carrasquilla, en Frutos de mi tierra, interpreta su crítica incipiente al costumbrismo acogiendo las diversas modulaciones del habla popular de Medellín bajo un estilo notablemente irónico; (motivo que le permite por ejemplo a Patricia Trujillo (2007) equiparar la poética de este escritor antioqueño con el realismo que Flaubert sustenta en sus Tres cuentos [1877]) en cambio Silva, al menos en su novela, apenas si le da la voz a los sectores populares bogotanos: el personaje más cercano a esa perspectiva es Rovira, quien empieza por decir que no sabe nada de poesía (pero aun así le parece que ha de ser importante), y así se mantiene hasta el momento en que, completamente desmotivado, abandona la reunión.

De manera que en Silva no se percibe la hibridación que refiere Rama, más que como la generalización, en su realidad histórica, del aislamiento que lleva al bloqueo creativo de su personaje, Fernández, con respecto a su entorno social específico. En Carrasquilla, en cambio, esta propiedad de la escritura latinoamericana puede pensarse como la problemática fundamental de toda su poética; es sobre esta perspectiva que su obra pasa de la crítica al costumbrismo (que se concentra en su primera novela Frutos de mi tierra) a sus más elaboradas expresiones de realismo en el sentido que de esta finalidad interpreta en sus etapas de mayor madurez.

Se verifica entonces la manera como efectivamente el torniquete formado con el cruce de los ejes Escritura-Economía y Obra-Lengua predetermina la relación entre los autores y la tradición nacional que los circunscribe. Carrasquilla acoge la tradición naturalista, mientras Silva acoge el decadentismo; en ambos casos, la tradición acogida se afronta en los términos críticos que la ironía permite. También en esta dimensión se empieza a vislumbrar el carácter regionalista de la tradición en la cual se inscribe la obra de Carrasquilla en contraposición a la tradición cosmopolita que persigue Silva. El trasfondo naturalista ironizado del primero le permite confrontar los cuadros de costumbres y las novelas que desde mediados de ese siglo se empezaron a dar a la tarea de representar la vida bogotana, agitada, corruptora, peligrosa, llena de bandidos y delincuentes dando lugar a su dicotomía fundamental: regionalismo, cosmopolitismo. El decadentismo (acogido por Fernández) ironizado por Silva, en cambio, lo lleva a la dicotomía entre lo americano y lo europeo.

Ahora bien, pese a esta sutil filiación de cada autor a una tradición específica, en ninguno de los dos casos se puede pensar que se trate de una tradición nacional desarrollada. Es por esta razón que a los dos autores, junto con Marroquín, se acostumbra situarlos en el lugar del origen de las tradiciones literarias que en Colombia se desarrollarían durante el siglo siguiente. En este punto es interesante notar que las primeras manifestaciones literarias sólidas que vendrán a constituir los fundamentos de una tradición literaria colombiana se definen al acudir a tradiciones europeas; en particular a la francesa, y principalmente la que configura el mito de París como cuna de la civilización burguesa en su triunfo moderno. Ya el hecho de que Carrasquilla se dedique a contribuir desde su escritura, a la modernización de Medellín, mediante la crítica realista (“a la simulación, al arribismo y a la sobre valoración del dinero” [Melo 24]) deja en evidencia ese vínculo sutil en su obra. En el caso de Silva esta filiación es absolutamente directa: él, junto con Darío, participa con su novela en la configuración de esa imagen de París que aun hasta la década de 1980 los escritores latinoamericanos alimentaron obra tras obra.

b. De que en Latinoamérica el público de la propia literatura no es más que la burguesía no hay posibilidad de discusión. Esta fue una intuición tan potente, y preocupante, para Ángel Rama en la producción del ensayo estudiado, que más tarde lo llevó a ahondar en esa investigación para inspirar finalmente una de sus obras más citadas: La ciudad letrada. De hecho la tesis de Camilo Hoyos constituye una precisión en ese sentido: el mito latinoamericano de París funciona como el trasfondo sobre el cual las diversas manifestaciones de La ciudad letrada se materializan en la época hacia la modernización.
La filosofía moderna, las clases burguesas y el público constituyen el entorno cultural de la producción de los novelistas en el mundo; los latinoamericanos siguen ese patrón histórico, y Silva y Carrasquilla son bien conscientes de ello. Para esbozar la situación que cada uno de estos dos novelistas asumió al respecto, la clave que aporta Rama es significativa: esta situación se define en la manera como cada uno afronta, apropia y, digamos que, transforma en obra literaria la realidad. Ya sus condiciones de orden social han establecido la porción de la realidad que cada autor acoge como tema; pero la manera como desde cada perspectiva se realiza el proceso de transfiguración literaria define un modo específico de interpretarse como parte del ámbito burgués.

Recuérdese que los dos autores desarrollan la obra en una fase políticamente de hegemonía conservadora. Razón por la cual Carrasquilla, vinculado con las élites culturales de esa misma orientación, puede dedicarse a “explotar nuestra propia existencia en favor del arte” (Montoya 106); aunque claro, no se trata de una mirada totalmente ingenua propia de los naturalistas: “la literatura que nos gusta a los antioqueños es la que nos hace reír a costa de los demás” (111), concluye el mismo crítico. De donde se define el valor que adquiere el tono crítico e irónico mediante el cual este autor se aproxima a la realidad; es este el gesto mediante el cual su escritura sobrepasa los límites del documento histórico o sociológico, y empieza a consolidar una perspectiva propiamente literaria. No sin incurrir en ciertas debilidades en ese sentido, que afrontará en sus novelas posteriores. En Frutos de mi tierra los personajes resultan cercanos a la caricatura y su visión de la ciudad queda apenas esbozada en una figura con frecuencia artificiosa.

Por su parte, Silva formaba parte de la oposición. El mismo Montoya, que dogmáticamente y sin necesidad sobrestimaba a Carrasquilla, mientras lo hacía, se refería sin nombrarlo al que tanto F. Vallejo (1995) como su antagonista relativo E. Santos Molano (1992) un siglo más tarde recordaron como el mayor poeta que se ha dado en Colombia. Resulta oportuno decirlo: el misterio de su novela aún está por resolverse; aunque la tesina de Camilo Hoyos aporta material importante a ese fin. Tanto los términos en que se refería Montoya a Silva, como la obra del novelista son consecuentes con el hecho político ya referido; decía el crítico: “Quizá el anhelo de novedad –dandismo literario– ha hecho nacer entre nosotros los escritores erráticos que buscan los asuntos en países extranjeros, olvidando que la novedad artística no está en lo raro del modelo sino en la excelente manera de ejecutar: un feto viable de cinco meses puede ser una novedad, pero no es bello” (Montoya 106).

Esto fue escrito en 1897; hilando muy fino pareciera conocer ya la novela de Silva y hasta dar pistas sobre la razón de su “ocultamiento” hasta concluido el periodo de hegemonía conservadora. Una hipótesis que se podría justificar desde la perspectiva figurada por Rama: en el contexto mismo de las sociedades burguesas, la pugna entre élites acaba por regular qué producción llega al público presente y qué se produce para el futuro.

Silva secundaba a Rubén Darío en su desoladora imagen respecto de los lectores, de quienes a conciencia renunciaba a una comprensión plena. No obstante, como lo observó Rama, en ese periodo de la historia de la literatura, en tanto novelista se cuestionaba duramente sobre la consecuencia de identificar al escritor con el lector. “Para que la sugestión se produzca es preciso que el lector sea un artista” (Silva 236), dice Fernández a sus interlocutores para explicar su bloqueo; bloqueo que Silva superó indiscutiblemente quizás con la misma motivación de fondo que se diera Darío: “La gritería de trescientas ocas no te impedirá, Silvano, tocar tu encantadora flauta, con tal de que tu amigo el ruiseñor esté contento con tu melodía. Cuando él no esté para escucharte, cierra los ojos y toca para los habitantes de tu reino interior” (Citado Rama 66). Una problemática que bien podría situarse en la base de la poética que Silva desarrolla mediante su personaje José Fernández y que, en esa medida marca la falla sobre la cual se desdibuja el equívoco, ya mil veces denunciado, de identificar al personaje con su autor. Semejante resulta la distancia entre Carrasquilla y su público; así nos lo hace notar Montoya, quien además, a su manera, ya presiente el problema que luego inquietará a Rama. En principio, Montoya afirma que inmediatamente Frutos de mi tierra estuvo terminada, salió al público y éste la recibió con aplausos en virtud de su originalidad. Aunque la idea específica de originalidad es dudosa al partir de desconocer que el tema urbano, reflexivo, no era ninguna novedad, ni en Antioquia, ni en Bogotá, ni en Latinoamérica. Luego, dice: “Los colombianos no pueden ser fecundos literatos, los climas de la zona tórrida enervan; las dificultades para el desarrollo de los estudios y para la publicación de los libros, desconsuelan; el éxito improbable, escribiendo para el público, en su generalidad iletrado, desanima, y el ridículo, si no se obtiene éxito ante la minoría ilustrada, desespera” (112).

Determinismo positivista, es decir dogmatismo, abierto desinterés por llevar la educación a más sectores sociales, pesimismo estratégico y menosprecio infundado del contrario resultan ser males crónicos entre los críticos; y de allí, en general entre los intelectuales. Un enfoque tan terrorífico, como el de Montoya, más que diagnosticar cierta realidad, la perpetúa.

c.  Aún falta ir al estudio en los detalles más cercanos a la voluntad en sí del escritor. Es en este nivel que el escritor opta por asumirse como tal, aprovechando las condiciones favorables y afrontando la adversidad según lo exijan las coyunturas sociales y culturales que lo condicionan formalmente, pero no en lo esencial: en la definición de su talante. En este sentido, no cabe duda que tanto Carrasquilla como Silva han de ser considerados, hoy día, maestros de la tradición literaria nacional; al margen de la identificación que se pueda asumir con los intereses de las élites en las que surgieron o del aprecio que se dé a las consecuencias técnicas que esas circunstancias determinaron en su escritura, estos maestros entregaron lo mejor de sus vidas a su obra. Quizás la razón que los hace dignos de ese título es que tal vez son los primeros colombianos que afrontaron con plena convicción la voluntad de ser escritores. “En una palabra, es que usted y yo tenemos la chifladura del arte, como dicen los profanos, y con esa chifladura moriremos”, le escribió Silva a la pintora Rosa Ponce de Portocarrero, en 1892. Aun no encontré palabras del mismo Carrasquilla, con respecto a su compromiso con su obra; sin embargo, es diciente el comentario que a ese respecto presenta Eduardo Zuleta en su estudio titulado Manuel Uribe Ángel y los literatos de su época: “Se puede decir que fue el primer escritor de oficio en el país (…) dedicó toda su vida a la literatura y puso en función de ella los oficios que desempeño” (16).

En cuanto al dominio técnico del género, los dos casos comparten cierto carácter experimental; sin embargo el resultado en ambos casos resulta de altísimo nivel. En De sobremesa Silva consolida un salto admirable de su dominio lírico al dominio de la narrativa. En Frutos de mi tierra Carrasquilla desarrolla una intuición a partir de un reto auto-impuesto: hacer una novela sobre el tema más vulgar y cotidiano. Las principales diferencias técnicas entre ellas obedecen precisamente a la motivación expresiva que las dinamiza; son por igual coherentes con la intuición primigenia de sus autores. Mientras que Silva quiere concretar en la narrativa un espacio de reunión entre la sensibilidad de la lírica y la plasticidad pictórica, dando lugar a la primera novela latinoamericana de artista; en el otro extremo, Carrasquilla se ocupa de observar la cotidianidad en sus manifestaciones populares, dando lugar a un realismo que su primer prologuista, Pedro Nel Ospina, llegó a calificar de “atrevidísimo”. Para desarrollar esa intuición, en virtud de su posición cultural, política y social, Carrasquilla dispone de la constelación de escritores antioqueños con quienes discute sus objetivos, sus métodos, sus técnicas y bocetos; dispone incluso de experimentos narrativos anteriores a los cuales oponerse, y mediante los cuales afianzar su tono irónico, todo ello sin desplazarse demasiado de  su vivienda. A ella incluso llegaban los libros que consideraba necesarios y hasta contaba con la posibilidad de leer muchos de ellos en su lengua original. Silva contaba con recursos semejantes, pero casi nadie en Colombia estuvo en capacidad de identificar la motivación estética de su novela; primero debió permanecer oculta por más de dos décadas y cuando al fin tuvo espacio para darse al público; éste, completamente fuera de contexto se perdió en la identificación del protagonista con el autor. Salvo Jorge Zalamea, que reclamó por la manera equívoca en que la leyeron los críticos, fue necesario que pasaran tres décadas más para que alguien lograra identificar su filiación estética y de allí el sentido que le daba consistencia.   

Quizás el infortunio que en esta travesía identifica Camilo Hoyos, en su tesis, lo sea también para la narrativa colombiana; que si bien ya logró saldar en buena medida la deuda que contrajo con la memoria de su autor, aún tiene pendiente el desarrollo de la línea poética que allí quedó sembrada para la creatividad futura.

3.      Discusión y conclusiones


Sobre los temas desarrollados cabe subrayar la amplitud que puede adquirir la lectura de una obra a la luz de los principios teóricos derivados de la problemática que Ángel Rama expuso en el ensayo reseñado. Las diversas obras críticas que se han acercado a estos narradores pueden inscribirse en al menos uno de los hilos discursivos incluidos en dicho ensayo. Aun cuando por momentos pareciera que el sistema de problemas puede llevar a repeticiones, lo que ocurre en realidad es que temáticas que han motivado el acercamiento crítico bajo metodologías específicas aquí se disgregan según los órdenes dados al decálogo que Rama propuso, generando una forma de estudio dinámica, progresiva, recurrente, no analítica. Por usar un concepto familiar a la comunidad de los estudios literarios, puede pensarse la figura del rizoma deleziano para figurar el carácter relativamente sistemático que puede darse a esta serie de principios teóricos, en su acercamiento sea a una obra particular o un corpus específico relativo a los intereses que el investigador quiera dinamizar a través suyo.

Por otra parte, en el desarrollo de este estudio, el mito parisino adquirió un sentido particular considerado a la luz del sentido burgués inherente a la novela; el cual articula los cuatro factores de orden cultural que Rama incluye en su decálogo diagnóstico. Siendo la revolución francesa el epicentro de la consolidación de la filosofía de las sociedades burguesas, es natural que su capital sea epicentro de la producción cultural de esas sociedades; es decir que en ella, inexorablemente, ha de encontrar sus raíces toda manifestación estética que obedece a los principios definidos por esa filosofía. De allí, la relación entre el París latinoamericano, que propone Hoyos, y La ciudad letrada pasa a constituir un posible tema de investigación en el futuro.

En cuanto a lo que un recurso disponible desde mediados del siglo xx le permite leer a la segunda década del siglo xxi, de la narrativa colombiana de la última década del siglo xix… Hay que decir que la toma de distancia puede ser saludable. Aun cuando la hipótesis –es una  problemática permanente– someramente se ha verificado, el hallazgo de las semejanzas entre motivaciones radicalmente diversas, medios sociales radicalmente antagónicos y por ende interpretaciones radicalmente contrapuestas de la realidad humana, se muestra como la única vía posible a la superación de enfermedades que se han vuelto crónicas al menos en el país del cual y desde el cual se han leído dos obras significativamente distantes en la historia.

Sobre la posibilidad de leer nuestra escritura mediante un lente latinoamericano aún queda mucho trabajo por realizar; sin embargo, en lo recorrido, se ha afianzado la intuición que ha impulsado el razonamiento que aquí se suspende de momento.

Bibliografía

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Hoyos Gómez, Camilo. “Artista e imagen: Fernández y la creación decadentista. De sobremesa de José Asunción Silva”. Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, (S.f.). Tesina.
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Ospina, Pedro N. “Frutos de mi tierra”. Revista de la Universidad Pontificia Bolivariana. XXIII Medellín: UPB, 1958/1959. Impreso.
Rama, Ángel. “Diez problemas para el novelista latinoamericano”. Bogotá: Revista Letras Nacionales. Números 9 y 10. (1966 [1963]). Impreso.
Santos Molano, Enrique. El corazón del poeta: los sucesos reveladores de la vida y la verdad inesperada de la muerte de José Asunción Silva. Bogotá: Nuevo Rumbo Editores. 1992.
Silva, José A. Poesía completa. De sobremesa. Santafé de Bogotá: Casa de Poesía Silva, Grupo Editorial Norma. 1996. Impreso.
– – –. Poesía y prosa con 44 textos sobre el autor. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1979. Disponible en: http://www.bdigital.unal.edu.co.
Trujillo M., Patricia. “Tomás Carrasquilla: la independencia del escritor”. Bogotá: XV Congreso de colombianistas. Universidad Nacional de Colombia. 2007. MS.
Vallejo, Fernando. Almas en pena. Chapolas negras. Bogotá: Santillana, 1995. Impreso.
Zalamea, Jorge. “Una novela de José Asunción Silva”. José Asunción Silva. Vida y creación. Bogotá: El Tiempo, 5 de junio de 1926. Impreso.
Zuleta, Eduardo. Manuel Uribe Ángel y los literatos antioqueños de su época. Bogotá: Talleres Mundo al Día. 1937. Impreso.

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